Cuando Néstor Kirchner hizo un parangón entre el poder e influencia del “Partido Militar” y los medios de comunicación, remaracando que tenían la capacidad de imponer y condicionar los Gobiernos y sus políticas, se generó un estallido de debates en todos los ámbitos de la sociedad.
Lo que fue de alguna manera revelador, no fue sólo que el kirchnerismo arrastró a todo el conjunto de la sociedad a discutir -a favor o encontra- con mayor profundidad. Sino que los velos de la historia nacional comenzaron a caer, y la relación entre Golpes de Estado, medios de comunicación, y proyecto político de país, fueron variables que se analizaron de manera interrelacionada. Lo que las une, es la posibildad que tuvieron medios y fuerzas armadas para interrumpir y condiconar el Estado de Derecho como parte de la estrategia política de la oligarquía, interna y foránea, y de ese modo frenar o avanzar sobre los proyectos populares instalados en América Latina.
Sin Estado de Derecho, la derecha avanzó no sólo con la política de desaparición sistemática de personas, o el robo de niños, con el objetivo de reorientar el modelo económico de nuestro país hacia “los mercados internacionales”, destruyendo el rol del Estado para fomentar la industria nacional, y como consecuencia destruir el trabajo y consumo interno. Todo, bajo la cobertura mediática de Clarín y La Nación, que fueron punta de lanza de una serie de medios que más tarde se transformaron -gracias a Menem -en monopolios.
Por supuesto, estas empresas gigantescas fueron derrotadas por la Ley 26.522 que aplicó la AFSCA con Martín Sabbatella a la cabeza, pero hasta hace poco habían logrado suplantar no sólo al Partido Militar, sino hasta a los propios partidos políticos, sobre todo los de la derecha. Desde allí, y detrás del mito de la “imparcialidad”, impusieron recetas económicas desde el '55 en adelante, pero sobre todo en dictadura del '76 y el menemismo, y ocultaron prolijamente sus consecuencias sociales: hambre, pobreza, desocupación, salarios y jubilaciones magras, falta de políticas sociales, y la venta a precio vil de todo el patrimonio del Estado Nacional.
Así fue que, luego de 1955, todos los golpes de Estado fueron para Clarín y La Nación “cambios de Gobierno”, o esfuerzos patrióticos de los militares por salvar a la Nación. Con Alfonsín, los hegemónicos consideraron que hubo torpeza para tomar decisiones, y con Menem todo fue maravilloso mientras Argentina hiciera lo que demandaba Domingo Cavallo, el FMI y el Banco Mundial.
Contradictoriamente, los que hoy ganamos elecciones en toda América Latina tenemos designado el mote de “dictadores”, “autoritarios”, y en el mejor de los casos “totalitarismospopulistas”, todas figuras retóricas que mantienen la escencia de construir escenarios desestabilizares, siempre con el objetivo de frenar y destruir un proyecto político que tienda a la igualdad y la soberanía política y económica.
Estas construcciones mediáticas no son nuevas. Por eso es importante la memoria, más allá de todos los 24.
Al gran Hipólito Yrigoyen lo tildaron de “El Peludo”, porque criticaban su poca tendencia a “mostrarse en pùblico”, como antes habían hecho todos los hombres de la derecha conservadora (y cómo luego hizo Menem, ante la sonrisa cómplice del periodismo).
Por su parte, a Arturo Illia, jugaron a construir una imagen de debilidad, y lo mencionaban como “La Tortuga”, e incluso lo dibujaban con ese cuerpo. Finalmente lo derrocaron. Más tarde, ese mote se lo adosaron a Fernando De La Rúa, que nunca dejó de tomar decisiones en favor de los mercados, pero ya sin legitimidad social.
Lo mismo le hicieron a Ricardo Alfonsín, que intentó poner límites, pero las condiciones sociales y de relación de fuerza no estaban dadas para avanzar. Así, fue víctima de un golpe económico con una especial cobertura mediática que aun hoy permanece en la memoria, y es utilizada para "operar" en el clima social con los aumentos de precios.
Desde el 2003 en adelante, hubo intentos fallidos de mostrar a Néstor Kirchner como el chirolita de Duhalde, o más tarde de Cristina. Con Cristina en el poder, la ecuación se invirtió: ella hacía lo que “su marido” le marcaba. Con la muerte de Néstor, Cristina pasó a ser una dictadora autista, con ribetes montoneros. Esa construcción de los medios, no tenía ni tiene otro objetivo que hacer lo que están acostumbrados a los largo de su historia: condicionar la democracia (si es necesario suplantarla), para que no se genere un modelo de producción y distribución de la riqueza más equitativa.
Así y todo, ganamos casi todas las elecciones desde el 2003 a la fecha. Pese a los agoreros. Porque el pueblo, cuando mejora su calidad de vida, no lo olvida fácil. Por eso, este 24 de marzo, ejercitemos la memoria, que se mantiene viva, y en permanente construcción.